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La Via del Tarot

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    Luz Cosmica - Buena Vibra & Reiki
  • 24 abr 2020
  • 10 Min. de lectura


(...)

De regreso a París, comencé a frecuentar un café de la 18 Place des Halles, La Promenade de Venus, donde André Breton se reunía una vez por semana con su grupo surrealista. Me permití ofrecerle el Tarot de Waite, esperando, con disimulado orgullo, su aprobación. El poeta observó los arcanos atentamente, con una sonrisa que poco a poco se transformó en mueca de disgusto: «Éste es un juego de cartas ridículo. Sus símbolos son de una lamentable obviedad. No hay nada profundo en él. El único Tarot que vale es el de Marsella. Esas cartas intrigan, conmueven, más nunca otorgan su intrínseco secreto. En una de ellas me he inspirado para escribir Arcarte 17». Admirador ferviente del gran surrealista, tiré a la basura mi colección de cartas, guardando sólo el Tarot de Marsella, es decir, la versión que había publicado Paul Marteau en 1930. Si bien, al igual que Bretón, comprendía yo muy poco el significado de estas cartas, que colocadas junto a las seductoras imágenes de Waite parecían hostiles, sobre todo los arcanos menores, decidí grabarlas en mi memoria, esperando así que lo que mi intelecto no podía descifrar Lo hiciera mi inconsciente. Comencé a memorizar cada símbolo, cada gesto, cada línea, cada color. Poco a poco, ayudado por una férrea paciencia, pude, con los ojos cerrados, visualizar, aunque no en forma perfecta, los 78 arcanos. Durante los dos años que duró esta experiencia, fui todas las mañanas a la Biblioteca Nacional de París para estudiar las colecciones de tarot donadas por Paul Marteau y los libros consagrados a este tema. Hasta el siglo XVIII el Tarot había sido asimilado a un juego de azar y su sentido profundo había pasado desapercibido. Se habían mutilado o transformado los dibujos, adornado con retratos de nobles, puesto al servicio de los fastos de la corte. Cada tratado decía una cosa diferente, a menudo en contradicción con los otros. En realidad, en lugar de hablar objetivamente del Tarot, los autores hacían su autorretrato embutiendo en él supersticiones. Encontré creencias masónicas, taoístas, budistas, cristianas, astrológicas, alquímicas, tántricas, sufíes, etc. Se diría que el Tarot era una empleada doméstica siempre al 19 servicio de una doctrina exterior a él... Pero la cosa más sorprendente que constaté fue que hasta que el pastor protestante y francmasón Court de Gébelin (1728-1784), en el octavo volumen de su enciclopedia Monde Primitif (1781), atribuyó al Tarot características esotéricas y no solamente lúdicas, nadie había en verdad observado los arcanos, ni él ni sus seguidores. Sin darse cuenta de que esas cartas son un lenguaje óptico que exige ser visto en toda la extensión de sus detalles, Gébelin toma sus fantasías por realidades y lo declara venido de Egipto («Jeroglíficos pertenecientes al Libro de Toth, salvado de las ruinas de un templo milenario»), publicando una mala copia del Tarot de Marsella donde elimina multitud de detalles, pone un 0 a Le Mat y lo bautiza «El Loco» para darle una significación negativa: «Sólo tiene como valor el que da a los otros, precisamente como nuestro cero: mostrando así que nada existe en la locura». Agrega una pata a la mesa del Mago; convierte al Emperador y la Emperatriz en Rey y Reina; al Papa y la Papisa en Grand-Prétre y Grande-Prétresse; bautiza al Arcano XIII, sin nombre, como La Muerte, equivocándose con el número de Templanza, sobre la que imprime un XIII; decide que en el Arcano VII quien dirige el carro es Osiris Triunfante; llama a L'Amoureux, Le Mariage; a L'Étoile, La Canicule; a Le Diable, Typhon; a Le Monde, Le Temps; y a Le Pendu, La Prudence (poniendolo de pie); además, elimina los colores y también el encuadre original, que consistía en un iniciático rectángulo compuesto de dos cuadrados. De esta manera pretende corregir los «errores» del original. A partir de la publicación del primer tratado esotérico sobre el Tarot en el Monde Primitif, los ocultistas comenzaron a delirar, despreciando compenetrarse con los dibujos del Tarot de Marsella, considerando la copia de Court de Gébelin y sus explicaciones egipcias como la auténtica verdad esotérica. En 1783 un adivino de moda, el peluquero Alliette, bajo el seudónimo de Eteilla (1750-1810), produce un tarot fantasioso que relaciona con la astrología y la Cábala hebrea. Luego, Alphonse-Louis Constant, alias Éliphas Lévi (1816-1875), a pesar 20 de su inmensa intuición, desdeña el Tarot de Marsella, por encontrarlo «exotérico», y en Dogma y ritual de la alta magia dibuja una versión «esotérica» de El Carro, de La Rueda de Fortuna, de El Diablo, establece que los 22 arcanos mayores ilustran el alfabeto hebreo y desprecia los 56 arcanos menores. Esta idea es adoptada por Gérard Encausse, que bajo el seudónimo de Papus (1865-1917) se permite crear un tarot con personajes egipcios que ilustran una estructura cabalística hebrea. Después de estos intentos de injertar en el Tarot todo tipo de sistemas esotéricos, se escriben miles de libros basados en una inexistente «tradición» que demuestran que el Tarot fue creado por los egipcios, los caldeos, los hebreos, los árabes, los hindúes, ios griegos, los chinos, los mayas, los extraterrestres, evocandose también la Atlántida y Adán, a quien se le adjudica haber dibujado las primeras cartas bajo el dictado de un ángel. (Para la tradición religiosa, las obras sagradas siempre tienen un origen celeste. La realización del sistema simbólico no es abandonada a la inspiración personal del artista sino que es otorgada por Dios mismo...) La palabra «Tarot» sería egipcia (tar. camino; ro, rogt real), indo-tártara (tan-tara: zodiaco), hebrea {torá: ley), latina (roía: rueda; orat: habla), sánscrita (tat: el todo; tar-o: estrella fija), china (tao: principio indefinible), etc. Diferentes grupos étnicos, religiones, sociedades secretas, han reivindicado su paternidad: gitanos, judíos, cristianos, musulmanes, masones, rosacruces, alquimistas, artistas (Dalí), gurús (Osho), etc. Encuentran en él influencias del Antiguo Testamento, de los Evangelios y el Apocalipsis (en cartas como El Mundo, El Colgado, Templanza, El Diablo, El Papa, El Juicio), de las enseñanzas tántricas, del Yijing \l Ching], de los códices aztecas, de la mitología grecolatina... Cada nuevo juego de cartas encierra la subjetividad de sus autores, sus visiones del mundo, sus prejuicios morales, su limitado nivel de consciencia. Como en el cuento de la Cenicienta, donde las hermanastras están dispuestas a cortarse un trozo de pie para poder calzar el zapato de vidrio, cada ocultista cambia la estructura original. Para hacer coincidir el Tarot con los 22 caminos del Árbol de la vida, que unen a las diez sefirot de la tradición cabalística, Waite intercambia el número VIII de La Justicia con el número XI de La Fuerza; transforma El Enamorado en Los Enamorados, etcétera, falsificando así la significación de todos los arcanos. Aleister Crowley, ocultista perteneciente a la Orden del Templo del Oriente, cambia también los nombres, los dibujos (por lo tanto la significación) y el orden de las cartas. La Justicia se convierte en El Juicio; Templanza en El Arte; El Juicio en Aeón. Elimina los Pajes y los Caballeros y en su lugar pone Príncipes y Princesas... Oswald Wirth, ocultista suizo, masón y miembro de la Sociedad Teosófica, dibuja él mismo su tarot introduciendo en los arcanos no solamente trajes medievales, esfinges egipcias, cifras árabes y letras hebreas en lugar de los números romanos, símbolos taoístas, la versión alquímica del Diablo inventada por Élipbas Lévi, sino que se inspira en la torpe versión de Court de Gébelin (véanse su Torre, su Templanza, su Justicia, su Papa, su Enamorado), pareciendo afirmar que el Tarot de Marsella es una versión popular, es decir, vulgar, del Tarot de Gébelin... Los millares de adeptos de una secta rosacruz norteamericana afirman que el Tarot Egipcio de R. Falconnier -u n socio de la Comedia Francesa que lo dibujó y publicó en 1896, dedicandolo a Alejandro Dumas hijo— constituye el juego sagrado original... ¡Siglos de sueños y autoengaños! Una obra sagrada es por esencia perfecta; el discípulo debe adoptarla en forma global, sin intentar agregar o quitarle algo. Nadie sabe quién creó el Tarot, ni dónde ni cómo. Nadie sabe lo que la palabra Tarot significa ni a qué idioma pertenece. Tampoco se sabe si el Tarot fue así desde el origen o si es el resultado de una lenta evolución que habría comenzado con la creación de un juego árabe llamado naibbe (naipes) y al cual se le agregaron, durante el transcurso de los años, los arcanos mayores y los caprichosamente llamados Triunfos. El sólo hecho de crear nuevas versiones del Tarot de Marsella, anónimo como todo monumento sagrado, creyendo que porque se 22 cambien los dibujos o el nombre de las cartas se está realizando una gran obra, es pura vanidad. -Cuál fue la intención del creador de esta catedral nómada? ¿Pudo un solo ser humano plasmar tan inmensa enciclopedia de símbolos? ¿Quién fue capaz de reunir en una sola vida tales conocimientos? Es tanta la precisión del Tarot, son tan perfectas sus relaciones internas, su unidad geométrica, que nos es imposible aceptar que fuese una obra realizada por un solitario iniciado. Tan sólo inventar la estructura, crear ios personajes con sus trajes y gestos, establecer la simbología abstracta de los arcanos menores, requiere una gran cantidad de años de intenso trabajo. La corta duración de una vida humana no basta para ello. Éliphas Lévi en su Dogma y ritual de la alta magia, si se lee entre líneas, así lo intuye: «Es una obra singular y monumental, simple y poderosa como la arquitectura de las pirámides; por lo tanto, perdurable como ellas; un libro que compendia todas las ciencias y cuyas infinitas combinaciones pueden resolver todos los problemas; un libro que habla haciendo pensar; inspirador y regulador de todas las concepciones posibles: acaso la obra maestra del alma humana, y sin duda alguna una de las cosas más hermosas que nos haya legado la Antigüedad; clavícula universal, verdadera máquina filosófica que impide que el alma se extravíe, dejándole su iniciativa y su libertad; son las matemáticas aplicadas al absoluto, la alianza de lo positivo y lo ideal, una lotería de pensamientos tan rigurosamente exactos como los números; por último, es acaso a un tiempo lo más simple y lo más grande que el genio humano ha concebido jamás-. Si quisiéramos imaginar el origen del Tarot (ya en 1337, en los estatutos de la Abadía de Saint-Víctor de Marsella, se prohíbe a los religiosos los juegos de cartas), deberíamos retroceder por lo menos hasta el año 1000. En aquella época, en el sur de Francia y en España, podía verse, en sana paz, erigidas muy cerca una iglesia, una sinagoga y una mezquita. Las tres religiones se respetaban y los sabios de cada una de ellas no dudaban en discutir y enriquecerse del contacto con miembros de 23 las otras. Es evidente que en los arcanos II, V, XIIII, XV, XX y XXI se encuentra la influencia del cristianismo. En la cabeza del esqueleto de El Arcano sin nombre se pueden distinguir las cuatro letras hebreas, Yod-He-Vav-He, que designan a la divinidad, y en el pecho del Colgado las diez sefirot del Árbol de la vida cabalístico. En los arcanos menores aparecen símbolos musulmanes: por ejemplo, en lo alto del As de Copas, un círculo con nueve puntos representa con toda evidencia el iniciático eneágono. Posiblemente un grupo formado por sabios de las tres creencias, previniendo una decadencia de sus religiones que, por una sed de poder, inevitablemente conduciría al odio entre sectas y al olvido de la tradición sagrada, se confabularon para depositar ese conocimiento en un humilde juego de cartas, lo que equivalía a preservarlo y ocultarlo, para que atravesara las oscuridades de la historia hasta llegar a un lejano futuro donde seres con un nivel de consciencia elevado descifrarían su maravilloso mensaje. René Guénon, en Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, dice: «En el folklore el pueblo conserva, sin comprenderlos, vestigios de tradiciones antiguas, que a veces se remontan a un pasado tan remoto que sería imposible determinarlo; (...) en este sentido desempeña la función de una especie de memoria colectiva más o menos "subconsciente" cuyo contenido, una suma considerable de elementos de naturaleza esotérica, viene claramente de otro lugar». J. Maxwell en Le Tarot, le symbole, les arcanes, la divination, es el primer autor que regresa al origen, reconociendo que el Tarot de Marsella (el de Nicolás Conver) es un lenguaje óptico y que para comprenderlo hay que verlo. Más tarde Paul Marteau, en su libro El tarot de Marsella, imitando a Maxwell, reproduce las cartas, analizandolas una por una, detalle a detalle, tomando en cuenta sus números, la significación de cada color, de cada gesto de los personajes. Sin embargo, a pesar de continuar el verdadero camino del estudio del Tarot inaugurado por Maxwell, comete dos errores. Por una parte su juego es sólo una aproximación al original. Sus dibujos son la exacta 24 copia del Tarot de Besancon editado por Grimaud a finales de1 siglo XIX, que a su vez reproduce otro Tarot de Besancon editado por Lequart y firmado «Arnoult 1748». También se permite cambiar ciertos detalles, quizá para hacerlo propiedad suya y así poder comerciar con él, cobrando derechos de autor. Por otra parte conserva los cuatro colores de base impuestos por las máquinas de la imprenta en lugar de respetar los antiguos colores más variados de los ejemplares pintados a mano. Sin embargo, no encontrando ningún tarot más cerca del auténtico que el de Paul Marteau, me entregué a él con un respeto reverente. Me di cuenta de que si alguien me podía enseñar a descifrarlo, no era un maestro de carne y hueso, sino el Tarot mismo. Todo lo que yo quería saber estaba ahí, entre mis manos, delante de mis ojos, en las cartas. Era esencial cesar de escuchar las explicaciones basadas en la «tradición», las concordancias, los mitos, las explicaciones parapsicológicas, y dejar hablar a los arcanos... Para incorporarlo en mi vida, aparte de memorizarlo, realicé con él algunos actos que espíritus racionales pueden considerar pueriles. Por ejemplo, dormí cada noche con una carta distinta debajo de mi almohada, o me paseé todo el día con una de ellas en mi bolsillo. Froté mi cuerpo con las cartas; hablé en nombre de ellas, imaginando el ritmo y el tono de su voz; visualicé cada personaje desnudo, imaginé sus símbolos cubriendo el cielo, completé los dibujos que parecen hundirse en el marco: le di un cuerpo entero al animal que acompaña al Loco y a los acólitos del Papa, prolongué la mesa del Mago hasta encontrar en lo invisible su cuarta pata, imaginé de dónde colgaba el velo de la Papisa, vi hacia qué océano iba el río que alimentaba la mujer de La Estrella y hasta dónde llegaba el estanque de La Luna. Imaginé lo que guardaba el Loco en su bolsa y el Mago en su cartera, la ropa interior de la Papisa, la vulva de la Emperatriz y el falo del Emperador, lo que ocultaba en las manos el Colgado, de quiénes eran las cabezas cortadas del Arcano XIII, etc. Imaginé los pensamientos, las emociones, la sexualidad y las 25 acciones de cada personaje. Les hice rezar, insultar, hacer el amor, declamar poemas, sanar. (...)


Textos tomados del Libro La via del tarot de Alejandro Jodorowsky.


 
 
 

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